WSFS 2009/INF/2. FAO
A mediados de este siglo la población mundial habrá alcanzado los 9 100 millones de personas, cifra que supone un aumento del 34 % con respecto a la población actual. Prácticamente la totalidad de este incremento tendrá lugar en los países en desarrollo y aproximadamente el 70 % de la población mundial será urbana, en comparación con el 49 % actual.
Si bien es una tarea difícil, es posible conseguir el incremento necesario de la producción de alimentos para satisfacer las necesidades futuras. Lo fundamental con vistas al futuro es que en la actualidad se realicen grandes esfuerzos para proteger, conservar y mejorar los recursos naturales necesarios para respaldar el incremento necesario de la producción de alimentos. El principal desafío técnico es crear e introducir conjuntos de tecnologías agrarias que incrementen la productividad, también en la acuicultura, y que sean verdaderamente sostenibles en el sentido de que no dañen los recursos del suelo, hídricos y ecológicos ni las condiciones atmosféricas de los que depende la futura producción de alimentos.
Se necesita una nueva ola de inversiones en las zonas rurales de los países en desarrollo, las cuales se deben guiar por las proyecciones que muestran que el 90 % del aumento necesario de la producción (el 80 % en los países en desarrollo) deberá proceder del incremento del rendimiento y la intensidad del cultivo y tan sólo el 10 % (el 20 % en los países en desarrollo) habrá de 2 proceder de la expansión de las tierras cultivables. Los cálculos preliminares indican que, en comparación con la última década, las inversiones en agricultura y en las zonas rurales de los países en desarrollo deben aumentarse casi un 50 % para alcanzar el aumento previsto de la producción mundial de alimentos hasta 2050.
Se necesitan mecanismos de financiación que fomenten la adopción de prácticas y tecnologías agrícolas sostenibles y que compensen a los gobiernos y los agricultores por su contribución a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los biocombustibles líquidos derivados de productos agrícolas se multiplicaron por más de tres entre 2000 y 2008, año este último en el que empleaban el 10 % de los cereales secundarios de todo el mundo. El aumento del uso de los cultivos alimentarios para producir biocombustibles líquidos podría ofrecer nuevas oportunidades de obtención de ingresos a los agricultores, pero podría tener graves consecuencias para la seguridad alimentaria. Al mismo tiempo, la bioenergía destinada a satisfacer las necesidades energéticas de las poblaciones rurales ofrece posibilidades interesantes y menos arriesgadas que la producción de biocombustibles líquidos a gran escala para contribuir a la seguridad alimentaria y la reducción de la pobreza. Deben reconsiderarse las políticas que promueven el uso de biocombustibles líquidos derivados de los alimentos con el fin de reducir la competencia entre los alimentos y el combustible por los escasos recursos existentes, al tiempo que se fomenta el 3 uso de la energía derivada de la biomasa para mejorar el acceso de la población rural a la energía sostenible.
El mundo todavía posee unas reservas considerables de tierras sin cultivar aptas para ser convertidas en tierras cultivables. No obstante, la medida en que ello se puede llevar a cabo es limitada. La ausencia de unos derechos de tenencia de tierras firmes en los países en desarrollo con aparentes reservas ahoga las inversiones. Además, algunas de las tierras no cultivadas en la actualidad desempeñan importantes funciones ecológicas que, de otro modo, se perderían. La mayoría están situadas en un número reducido de países de América Latina y el África subsahariana donde la carencia de acceso e infraestructuras podría limitar su uso, al menos a corto plazo. Teniendo en cuenta estas limitaciones, la FAO prevé que en el año 2050 el área de las tierras cultivables se haya expandido unos 70 millones de hectáreas netas, cifra correspondiente al 5 % del área actual. La disponibilidad de reservas de agua dulce para el incremento de la producción necesario muestra un panorama similar.
El principal desafío existente en conservar, proteger y mejorar la capacidad productiva de la base de recursos naturales de la que depende la agricultura y crear unos sistemas agrícolas y acuícolas que combinen el incremento de los ingresos de los agricultores con un uso de los recursos verdaderamente sostenible. Relacionada con ello está la necesidad de rehabilitar los cultivos alimentarios tradicionales y autóctonos que se han abandonado gradualmente en numerosos países. Para reducir al mínimo los factores externos negativos y garantizar la utilidad para todas las partes interesadas, incluidos los pequeños productores y las mujeres, una gran parte de la investigación necesaria y la adaptación local tendrán que ser llevadas a cabo por instituciones del sector público y agricultores.
La demanda de materias primas agrícolas (azúcar, maíz y semillas oleaginosas) para la producción de biocombustibles líquidos podría continuar aumentando e incrementar así la presión al alza de los precios de los alimentos, a pesar de que existe una creciente preocupación acerca de que algunos tipos de biocombustibles líquidos podrían no resultar en importantes reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero Según los cálculos de un estudio reciente del IIPA la rápida expansión continuada de la producción de biocombustibles hasta el año 2050 haría que el número de niños en edad preescolar subnutridos en África y Asia meridional fuese 3 y 1,7 millones mayor, respectivamente, que si tal expansión no existiese. Por ello es necesario realizar esfuerzos por reducir la competencia entre los alimentos y los combustibles por los escasos recursos existentes. Tales esfuerzos podrían incluir la aceleración del progreso hacia los biocombustibles líquidos de segunda generación que no se obtienen a partir de alimentos, unos sistemas alimentarios y energéticos más integrados y la reconsideración de las políticas de apoyo actuales como las subvenciones y la mezcla obligatoria. Dado que se reconoce que las materias primas biomásicas no alimentarias para la producción de biocombustibles líquidos seguirán compitiendo con los alimentos por los limitados recursos existentes, deberían realizarse más esfuerzos para crear nuevos tipos alternativos de energía renovable y para promover un uso energético eficiente tanto en el ámbito familiar como en el industrial.
En resumen, el futuro desarrollo de los biocombustibles debería prestar la debida consideración a la necesidad de alcanzar y mantener la seguridad alimentaria mundial. A pesar de los impedimentos comerciales existentes la demanda de biocombustibles también puede constituir una oportunidad para los países que tengan unas infraestructuras adecuadas y abundantes recursos climáticos y de tierras como, por ejemplo, los situados en América Latina, Asia suroriental y el África subsahariana. Si tales oportunidades se ponen a disposición de los pequeños productores pobres mediante unas inversiones suficientes en infraestructuras, la mayor demanda de biocombustibles podría contribuir al desarrollo agrícola y rural y a la seguridad alimentaria. 5. Movilizar la voluntad política y crear instituciones La Cumbre Mundial sobre la Alimentación, celebrada en 1996, incrementó la concienciación acerca de la gran dimensión del hambre y la malnutrición en el mundo. Además proporcionó un útil marco de acción. Desde entonces varios países han demostrado su voluntad política tomando medidas que han conseguido reducir la prevalencia del hambre y la malnutrición. No obstante, el estancamiento o incluso el aumento del número total de personas hambrientas y malnutridas en el mundo confirma que otros países realizaron esfuerzos pero no tuvieron éxito o que ni siquiera tomaron medidas al respecto.
La seguridad alimentaria es fundamental para la reducción de la pobreza, para disponer de una buena salud y una mejor educación y para la inclusión social, el desarrollo sostenible, la paz y la seguridad. En un momento en el que existen suficientes alimentos en el mundo para todos, la existencia de hambre y malnutrición es no sólo éticamente inaceptable, sino también económicamente costosa.